La moda ejerce una función transformadora mucho más
incisiva, amplia y eficaz que algunas instituciones educativas. El siglo XXI ve
el fenómeno como punto de referencia de la cultura posmoderna.
Es una fuerza psicológica, cultural y económica que busca
construir un mundo ideal, «(…) es la narrativa difusa y profusa que ha
movilizado masivamente a la gente de esta época a ver, comprar y convertir esa
mágica narración en parte de uno mismo: la imagen propia, la cual se cree (…)
equivale a lo que llamamos identidad».
La influencia de la cultura posmoderna ha llevado a la
industria de la moda a centrar su atención en la identidad personal, la ve como
mezcla de apariencias y aspiraciones que sustentan la vida sinsentido de
algunos que al unísono repiten: sólo somos imagen y tenemos mil caras. Al
respecto Lipovetsky comenta: «(…) la moda no ha sido únicamente una escena
donde apreciar el espectáculo de los demás, sino que ha supuesto asimismo una
trastocación del propio ser, una autoobservación estética sin precedentes. La
moda ha estado ligada al placer de ver pero también al placer de ser mirado, de
exhibirse a la mirada de los demás».
La obsesión por la apariencia y la búsqueda irracional por
sentirse bien y parecer perfecto, hacen del narcisismo un lugar común en donde
el yo y la ficción tienen un papel prioritario en las relaciones
interpersonales. Por ello, dice Lipovetsky: «la apariencia registra un fuerte
impulso individualista, una especie de ola neo-dandy que consagra la extrema
importancia a la imagen, exhibe la desviación radical respecto a la media, y
que juega a la provocación, el exceso y la excentricidad para desagradar,
sorprender o impactar. (…) se trata de aumentar la distancia, de separarse de
la masa, de provocar sorpresa y cultivar la originalidad personal, (…) se trata
(…) de llevar hasta el final la ruptura con los códigos dominantes del gusto y
las conveniencias».
Hoy se busca construir un look de creación singular que
responda a una cultura hedonista y acreciente los deseos de independencia y
expresión propia. La imagen neonarcisista del siglo XXI representa un rostro
teatralizado y estético que tiende a rehabilitar el espectáculo por uno mismo,
el exhibicionismo lúdico sin límites y la fiesta de las apariencias
UANDO LA AFECTIVIDAD DEPENDE DE UN DEFECTO
Se da excesivo valor a los factores estéticos corporales, al
grado de establecer una íntima dependencia entre autoestima y estética
corporal. Muchas personas se sienten inferiores debido a un presunto o real
defecto físico o estético, que condiciona completamente su autoestima e
interfiere en su comportamiento. Caracteriza este trastorno denominado
dismórfico corporal,una continua e intensa preocupación por el área física de
su defecto, se comparan constantemente con los demás y evalúan la distancia que
existe entre su deformación y la realidad.
Puede ser una estatura demasiado baja o alta, el tamaño o
forma de la nariz, de las orejas, de los labios, de los dientes, de los ojos,
párpados, mamas, genitales, pelo, piernas o color y textura de la piel. El afán
por disimular o disminuir el defecto ocupa la mayor parte de su tiempo,
distorsiona la percepción y dramatiza el problema. Verdú señala: «la
estetización del propio cuerpo mediante fármacos, intervenciones quirúrgicas,
trasplantes llegará al extremo de rediseñar la vida creando (…) nuevos seres
con encanto».
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