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jueves, 23 de abril de 2015

La moda del siglo xv

La moda en el siglo xv
Los elementos característicos del arte del Quattrocento se encuentran en la moda que es elegante y refinada, sobria, luminosa, lineal. Se adapta y exalta a los hombres y las mujeres que viven en el mundo imaginado por los humanistas, en la ciudad ideal concebida por los nuevos arquitectos. Cuando el antiguo sistema feudal que prevaleció durante mucho tiempo se desmorona en toda Europa, con consecuencias importantes en todos los ámbitos, cuando la actividad comercial del Trecento se consolida, los banqueros ricos y poderosos van a sentar las bases de las futuras señorías. Comparaba este apéndice a una “escoba de bruja, un incensario infernal”. Los que contravenían las leyes suntuarias tenían que pagar fuertes multas que se inscribían en los registros apropiados.


Los sastres ejercieron un rol muy modesto, casi marginal, y pagaban pocos impuestos. No fueron representados ni siquiera por una corporación independiente. Al finalizar el siglo XIII, formaron parte del arte de los ropavejeros junto con los lineros (industria del lino); en el siglo XIV, se asociaron con los tintoreros y cardadores, y después, nuevamente en 1415, se los encuentra con los ropavejeros y lineros. Su oficio no recibe sus letras de nobleza que en el siglo XVI, cuando la moda exigió tener conocimientos de corte.

En la cabeza, los florentinos habían llevado hasta entonces un “mazzocchio”, especie de rodete recubierto de tela y una “foggia” que caía a lo largo de la mejilla izquierda sobre el hombro y se prolongaba por un “becchetto” que llegaba hasta los talones o se anudaba en torno al cuello en tiempo frío. En el siglo XV, se reemplazó este tocado pasado de moda por un gorro cónico relativamente elevado cuyo borde posterior se levantaba manteniéndolo hacia la parte delantera.



Los accesorios y sobre todo las joyas tuvieron también su importancia durante el Renacimiento. Las piedras preciosas y las perlas, que enriquecen los vestidos, presentan por otro lado la ventaja de poder adornar varios tipos de ropa, y no se alteran; finalmente, constituyen un capital nada despreciable.


Las mujeres del Renacimiento mejoraron el arte nunca abandonado del maquillaje. En el “Libro dell’arte” (c.1390) Cennino Cennini enseñaba la manera de maquillarse pero precisaba de esta curiosa manera: “No obstante te diré que si quieres conservar mucho tiempo tu tez con su propio color, lávate sólo con agua de la fuente, de pozo o de río, y ten por cierto que toda otra agua manufacturada vuelve en poco tiempo flácida la piel de tu rostro, los dientes negros, y finalmente las mujeres envejecen antes de tiempo”. A ellas les gusta depilarse (Boccaccio: las sirvientas “depilaban las cejas y la frente de las mujeres, les daban masaje en las mejillas y les embellecían la piel del cuello retirando ciertos pelos”); todas querían ser rubias y se peinaban con mucha imaginación; algunas incluso utilizaban pelucas. En el busto del siglo XV “La bella florentina” en el Louvre, el ancho toque de rojo en las mejillas, así como el rojo de los labios, hacen resaltar su tez de porcelana, que subraya sus rasgos. LLeva algunas ligeras sombras en el mentón, así como bajo el párpado inferior. Su peinado está envuelto en cintas que sostienen al mismo tiempo la masa de sus cabellos. Su vestido en tejido precioso, el azul de su camisa y de su cinturón, dan al conjunto una impresión de equilibrio y de gracia suprema.

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