La moda en el siglo
xv
Los elementos característicos del arte del Quattrocento se encuentran en la moda que
es elegante y refinada, sobria, luminosa, lineal. Se adapta y exalta a los
hombres y las mujeres que viven en el mundo imaginado por los humanistas, en la
ciudad ideal concebida por los nuevos arquitectos. Cuando el antiguo
sistema feudal que prevaleció durante mucho tiempo se desmorona en toda Europa,
con consecuencias importantes en todos los ámbitos, cuando la actividad
comercial del Trecento se consolida, los banqueros ricos y poderosos
van a sentar las bases de las futuras señorías. Comparaba este apéndice a una
“escoba de bruja, un incensario infernal”. Los que contravenían las leyes
suntuarias tenían que pagar fuertes multas que se inscribían en los registros
apropiados.
Los sastres ejercieron un rol muy modesto, casi marginal, y
pagaban pocos impuestos. No fueron representados ni siquiera por una
corporación independiente. Al finalizar el siglo XIII, formaron parte del arte
de los ropavejeros junto con los lineros (industria del lino); en el siglo XIV,
se asociaron con los tintoreros y cardadores, y después, nuevamente en 1415, se
los encuentra con los ropavejeros y lineros. Su oficio no recibe sus letras de
nobleza que en el siglo XVI, cuando la moda exigió tener conocimientos de
corte.
En la cabeza, los florentinos habían llevado hasta entonces
un “mazzocchio”, especie de rodete recubierto de
tela y una “foggia” que caía a lo largo de la mejilla izquierda sobre el hombro
y se prolongaba por un “becchetto” que llegaba hasta los talones o se anudaba
en torno al cuello en tiempo frío. En el siglo XV, se reemplazó este tocado
pasado de moda por un gorro cónico relativamente elevado cuyo borde posterior
se levantaba manteniéndolo hacia la parte delantera.
Los accesorios y sobre todo las joyas tuvieron también su
importancia durante el Renacimiento. Las piedras preciosas y las perlas, que
enriquecen los vestidos, presentan por otro lado la ventaja de poder adornar varios
tipos de ropa, y no se alteran; finalmente, constituyen un capital nada
despreciable.
Las mujeres del Renacimiento mejoraron el arte nunca
abandonado del maquillaje. En el “Libro dell’arte” (c.1390) Cennino Cennini
enseñaba la manera de maquillarse pero precisaba de esta curiosa manera: “No
obstante te diré que si quieres conservar mucho tiempo tu tez con su propio
color, lávate sólo con agua de la fuente, de pozo o de río, y ten por cierto
que toda otra agua manufacturada vuelve en poco tiempo flácida la piel de tu
rostro, los dientes negros, y finalmente las mujeres envejecen antes de
tiempo”. A ellas les gusta depilarse (Boccaccio: las sirvientas “depilaban las
cejas y la frente de las mujeres, les daban masaje en las mejillas y les
embellecían la piel del cuello retirando ciertos pelos”); todas querían ser
rubias y se peinaban con mucha imaginación; algunas incluso utilizaban pelucas.
En el busto del siglo XV “La bella florentina” en el Louvre, el ancho toque de
rojo en las mejillas, así como el rojo de los labios, hacen resaltar su tez de
porcelana, que subraya sus rasgos. LLeva algunas ligeras sombras en el mentón,
así como bajo el párpado inferior. Su peinado está envuelto en cintas que
sostienen al mismo tiempo la masa de sus cabellos. Su vestido en tejido
precioso, el azul de su camisa y de su cinturón, dan al conjunto una impresión
de equilibrio y de gracia suprema.
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